Desde el momento de la concepción se crea algo extraordinario: Una vida humana. Aunque muchas personas no lo han creído así, la verdad es que actualmente la ciencia ha establecido que la vida de cada ser humano comienza con la fertilización. Es decir, cuando el espermatozoide se une con el óvulo. No se trata solo de creencias o interpretaciones subjetivas. Es un hecho biológico respaldado por evidencia científica irrefutable.
La ciencia como testigo
En una investigación se encuestó a más de 5 mil biólogos de diferentes instituciones académicas de 86 países, de los cuales el 96 % afirmó que la vida humana comienza con la fertilización.
Este consenso trasciende ideologías políticas y creencias religiosas, dado que entre los científicos se encontraban aquellos que se identificaban como “pro-elección” y liberales, mismo que supieron reconocer esta verdad científica.
¿Cómo puede ser que en una época donde se exalta la ciencia, ignoremos su voz más clara y contundente?
La pregunta no es nueva, pero su respuesta sí es definitiva. La Academia Nacional de Medicina ya había declarado en 1995 que “la puesta en marcha del proceso de una vida humana se inicia con la penetración del óvulo por el espermatozoide”. Esta declaración no fue producto del capricho o la opinión, sino del riguroso análisis de la evidencia científica disponible.
El milagro molecular de la concepción
Cuando el espermatozoide penetra el óvulo, no estamos presenciando simplemente la unión de dos células. Somos testigos de la creación de un ser único e irrepetible. En ese momento trascendental, se forma el cigoto, la primera célula de lo que será un nuevo ser humano con su propio ADN, distinto tanto del padre como de la madre.
Esta célula extraordinaria conocida como totipotente contiene 46 cromosomas – 23 del padre y 23 de la madre – formando la dotación cromosómica completa y única que acompañará a ese ser humano durante toda su vida. Es decir, programa biológicamente todo su futuro. El color de sus ojos, su grupo sanguíneo, su altura potencial, entre más cosas.
El proceso es un verdadero “big-bang” biológico. Como describe magistralmente la revista Nature, “guardamos memoria de nuestro primer día, porque el ingreso del espermatozoide marca el primer eje”. En las primeras 24 horas después de la concepción se define dónde brotarán la cabeza y los pies del nuevo ser, qué lado formará su espalda y cuál su vientre.
La continuidad ininterrumpida de la vida
Desde que se concibe la fertilización, el desarrollo humano se convierte en un proceso continuo e ininterrumpido. No hay momento alguno posterior donde podamos señalar y decir “aquí comienza verdaderamente la vida humana”. El cigoto se divide en dos células, luego en cuatro, ocho, dieciséis… hasta formar los billones de células que componen el cuerpo humano adulto.
Cada división celular está orquestada por el programa genético establecido en el momento de la concepción. Es el mismo organismo humano el que gobierna su propio desarrollo, como lo demuestra la producción temprana de la hormona gonadotropina coriónica y otras sustancias que facilitan su implantación en el útero materno.
La implantación en el útero, que ocurre aproximadamente seis días después de la fertilización, no marca el inicio de la vida humana. Es simplemente el momento en que el pequeño ser humano encuentra su hogar temporal para continuar su crecimiento. Como afirma categóricamente la ciencia: “el embrión es siempre el mismo organismo humano antes o después de implantarse en el endometrio”.
La identidad genética
Lo que hace que el cigoto sea completamente humano es su identidad genética. Desde el primer momento, cada célula de este nuevo ser lleva el ADN que lo identifica como perteneciente a la especie humana, un ADN que estará presente hasta su muerte en todas las células de su cuerpo.
Esta identidad genética es la característica biológica más importante, que se conserva a lo largo de toda la vida hasta la muerte. No es una potencialidad o una promesa de humanidad. Es la humanidad misma expresándose desde su forma más elemental.
El prestigioso manual «The Developing Human: Clinically Oriented Embryology» lo establece sin ambigüedades: «el desarrollo humano es un proceso continuo que comienza cuando un ovocito de una hembra es fertilizado por un esperma de un macho». Los científicos Keith Moore, TVN Persaud y Mark Torchia confirman que el embrión tiene «características humanas inequívocas».
La voz de la conciencia científica
Cuando 5.577 científicos de las más prestigiosas instituciones del mundo coinciden en un 96 % sobre un hecho tan fundamental, ¿cómo podemos permitirnos ignorar esta voz de la ciencia? Estos no son activistas pro-vida con una agenda oculta. El 63 % de los biólogos encuestados se calificó como «no religiosos» y el 89 % como «liberales».
La ciencia habla, y su mensaje es claro: cada vida humana tiene un comienzo definido y preciso en el tiempo, y ese momento es la concepción. Como señala el Comité de Bioética de España: «surge aquí una entidad biológica nueva, que posee la dotación genética característica de la especie humana».
El embrión. Más que una masa de células, un organismo
Quienes pretenden negar la humanidad del embrión temprano cometen un error fundamental: lo describen como una mera «masa de células» o «amasijo celular». La ciencia demuestra lo contrario. El embrión, desde sus primeras divisiones, es un ente organizado, un organismo que sigue un programa de desarrollo continuo desde la fecundación.
Cada célula del embrión, desde la primera división del cigoto, cumple un papel específico en interacción con el conjunto. Hay una comunicación bioquímica sofisticada entre el nuevo organismo y su madre, un «verdadero portento de la naturaleza» que facilita su implantación y protege al pequeño ser del sistema inmunitario materno.
La Biología Celular y la Genética del Desarrollo explican con precisión cómo cada etapa del desarrollo está marcada por la expresión sucesiva y programada de los genes que se reunieron en el momento de la fusión de los gametos. El embrión es «una unidad de desarrollo en sí misma que se autoconstruye con el programa genético que quedó fijado en el cigoto».
El momento sagrado de cada vida
Cada ser humano que camina sobre esta tierra comenzó su existencia en ese momento mágico de la concepción. Cada uno de nosotros fue una vez ese pequeño cigoto de una sola célula, portando ya toda la información necesaria para desarrollarse hasta convertirse en el adulto que somos hoy.
No hay diferencia ontológica entre el cigoto de pocos días y el adulto de ochenta años. Es el mismo ser humano en diferentes etapas de desarrollo, como lo es el niño respecto al adolescente o el joven respecto al anciano. La única diferencia radica en el grado de maduración, no en la esencia o naturaleza de lo que son.
La responsabilidad moral de la verdad
La ciencia nos ha proporcionado la verdad: la vida humana comienza en la concepción. Esta verdad no es negociable ni está sujeta a interpretaciones convenientes. Como académicos, como sociedad, como seres humanos conscientes, tenemos la responsabilidad moral de reconocer y proteger esta verdad fundamental.
El embrión no es “un ser humano en potencia, sino un individuo humano que irá desarrollando todas sus potencialidades”. Con el paso del tiempo, llegará a conformar un organismo de billones de células de 220 tipos diferentes, continuando su existencia hasta el cese de sus funciones vitales.
Cuando la ciencia habla con tal claridad y unanimidad, cuando el 96 % de los biólogos del mundo confirma una verdad tan crucial, no podemos permitirnos el lujo de la ignorancia o la negación. Cada vida humana que comienza en la concepción merece nuestro reconocimiento, nuestro respeto y nuestra protección.
La vida humana es sagrada desde su primer momento. La ciencia lo confirma. La conciencia lo demanda. El futuro de nuestra civilización depende de que defendamos esta verdad fundamental con la misma determinación con que la ciencia la ha establecido.
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